«La madre de Miguel Ángel agarraba la mano de su hijo, le tuve que decir que ya estaba muerto»
La Providencia quiso que a mí me tocara estar en el hospital a donde llevaron a «un tal Miguel Ángel» herido de muerte y atenderle espiritualmente en su agonía. Todos recordamos dónde estábamos ese sábado por la tarde en el que se cumplía el plazo dado por ETA para asesinar a aquel joven de Ermua, como recordamos aquel momento del atentado a las Torres Gemelas. Hay momentos de terror que son imposibles de olvidar. Yo, desde septiembre de 1996, estaba destinado como capellán en el hoy Hospital Universitario Donostia.
En aquel momento, Hospital Aránzazu. Entre los sacerdotes destinados para ese servicio nos distribuíamos las guardias. Ese fin de semana me tocaba a mí. Cuando unos cazadores encontraron a Miguel Ángel en aquella cuneta, avisaron a los servicios de urgencias y, desde la ambulancia que se acercó a Lasarte a atender a Miguel Ángel, llamaron al Hospital Aránzazu para avisar que traían a un joven gravemente herido pero que todavía estaba con vida. Al ser la hora en la que se cumplía la amenaza de ETA, en el hospital todos dijimos que era Miguel Ángel, aunque desde la ambulancia no se dio ningún dato para suponerlo.
Fui a la puerta de urgencias, donde llegan las ambulancias. Los pocos minutos hasta que llegó Miguel Ángel Blanco se nos hicieron eternos. A primera vista no lo reconocí a pesar de haber visto su fotografía en todos los medios dada la situación en que llegaba. La fotografía del momento lo dice todo. En la puerta de urgencias le di la absolución porque no había tiempo para más, ya que los médicos lo llevaron al quirófano directamente para intentar salvar su vida. Al terminar, lo llevaron a la UCI del hospital.
Allí, ya con más paz, le di la Unción de Enfermos. Nunca me olvidaré de que esa tarde, tras ver el rostro ensangrentado de Miguel Ángel al llegar al hospital, y mientras lo atendían en el quirófano, celebré la boda de una enfermera del hospital. La fecha estaba puesta y todo organizado… no se podía suspender. Nunca se me olvidará el rostro de los novios y de los invitados. Empezamos la boda recordando lo que acababa de ver y rezamos por Miguel Ángel en aquella boda. Fue la boda que más me ha costado celebrar en mis 30 años de sacerdote.
«Su hijo ha muerto»
Por la noche, de madrugada, me llaman a la UCI. Allí estaba la madre de Miguel Ángel agarrada a la mano de su hijo. Me llamaron para que le explicara a aquella madre que veía respirar a su hijo que se trataba de una respiración mecánica. Su hijo ya había fallecido. Se le mantenía el respirador para que los órganos fueran trasplantables. Es hermoso pensar que alguien vive gracias a ese gesto generoso de la familia de Miguel Ángel al permitir esa donación.
Otra imagen que tengo grabada en la retina es cuando acompañaba al cadáver de Miguel Ángel al tanatorio, donde esperaba su familia. Al abrir la puerta de la sala, vi al obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez, obispo de Miguel Ángel, ya que Ermua está en Vizcaya, limítrofe con Éibar (Guipúzcoa).
Don Ricardo estaba entre todos los familiares que permanecían allí sentados, esperando la llegada del cuerpo. No estaba con el sinfín de autoridades políticas en el hospital, sino sentado entre los familiares, en el tanatorio. Un testimonio humilde de cercanía en medio de un ambiente muy difícil.
Crisis espiritual
Han pasado 20 años, pero hay cosas que en la vida no se olvidan y quedan muy grabadas. Queda en mi experiencia grabada la impresión que produce ver tan de cerca el rostro del mal en toda su crudeza, y ver que en nuestros día se siguen sucediendo historias terroríficas como esta, ya que ayer mismo el ISIS fusiló a siete niños como venganza por la liberación de Mosul, recordándonos la reacción de ETA ante la liberación de Ortega Lara.
La paradoja es que nuestra sociedad necesite ver la crueldad del rostro del mal para que en nosotros se produzca una reacción moral. Acaso el testimonio martirial de los cristianos perseguidos en medio oriente por el ISIS pueda ser una circunstancia para que nuestra sociedad despierte de su crisis espiritual.